25 segundos bajo un temporal fueron suficientes para que el video de María Fontán, mariscadora gallega de 32 años, consiguiera 360.000 reproducciones en su perfil de Instagram, Mariscadora 2.0. Esos 25 segundos la mostraban junto a otras mujeres sumergidas en el mar hasta la cintura. A su alrededor llevan bien atado el cubo donde van metiendo las almejas que recogen con sus rastrillos, mientras la lluvia y el viento golpean con toda su fuerza.
El vídeo, publicado en marzo de este año, se hizo viral y trascendió también a la prensa y a la televisión. Ver a esas mariscadoras trabajar, y hacerlo así, fue algo inédito para muchos, como repetían las noticias y comentarios que se fueron multiplicando en las semanas siguientes.
Sin embargo, para las mariscadoras de a pie trabajar bajo un temporal o en condiciones meteorológicas desfavorables no es excepcional. Como no lo es su lugar de trabajo. Antes de ese video no marisqueaban dentro de una cueva o escondidas bajo tierra, sino donde siempre lo han hecho: en el mar, a cielo abierto, a la vista de cualquiera.
Como a la vista de cualquiera han trabajado y trabajan las bateeiras (cultivadoras de mejillón), las biólogas, las redeiras, las percebeiras, las rañeiras (mariscadoras a flote) y muchas otras profesionales del sector pesquero en Galicia.
La necesidad de una asociación feminista
Entonces, ¿por qué hasta ahora no hemos visto algo que tenemos en frente? Desde luego no porque sea invisible, sino porque el trabajo de las mujeres del mar ha sido históricamente invisibilizado y poco reconocido. Para acabar con esta injusticia en 2016 nació Mulleres Salgadas (mujeres saladas), la primera y única asociación de ámbito autonómico gallego de mujeres del sector pesquero a la que pertenecen más de 1.600 socias.
Mulleres Salgadas es pionera también en reconocerse como una organización feminista en sus Estatutos. “Luchamos por la igualdad de derechos. Eso es el feminismo. Y hacemos reivindicaciones reales que afectan a quienes están en el poder”, defiende Sandra Amezaga, Secretaria de la asociación. “Somos agentes sociales y políticas. Ese es el papel que queremos jugar, aunque a algunos le salgan ampollas”, reconoce.
Un sector dominado por el poder masculino
Y es que no está siendo fácil encontrar apoyo y compañerismo entre sus colegas varones quienes, además de copar los puestos de dirección en las cofradías de pescadores, ignoran las desigualdades estructurales que afectan a su sector y ni se cuestionan sus privilegios.
Ambos asuntos están relacionados, pues la ausencia de representantes mujeres no se puede entender sin los privilegios que los hombres mantienen dentro de sus casas. “Las mujeres no están en los puestos donde se toman las decisiones porque ni la Ley de Cofradías ni la estructura favorece que estén presentes ni que sean elegidas”, denuncia Amezaga.
Solo tres de las 63 Cofradías están presididas por patronas mayores. Por eso una de las reivindicaciones principales de Mulleres Salgadas es la revisión de la Ley de Cofradías incorporando, entre otros cambios, un enfoque de género que garantice la paridad.
Para Amezaga “las mujeres tienen una sobrecarga de trabajos domésticos bestial, unido a los cuidados de hijos, padres o enfermos. Tú no le puedes dedicar tiempo a temas laborales si tienes que dedicarte a la intendencia familiar. Ellos esa parte la tienen cubierta. No tienen problema en reunirse a las 8 de la tarde, pero las mujeres sí, porque están cuidando a los nietos o haciendo la cena”. Cuidados que también están obligadas a desempeñar fuera de sus casas.
Tareas de cuidados también en el mar
A las mariscadoras de a pie también se las conoce como “labradoras del mar” porque el marisco, en este caso, la almeja, se cultiva, se cría y se cuida. Unas tareas aún más invisibilizadas que la del propio marisqueo.
Antes de la siembra, deben limpiar los arenales de las algas que se acumulan, así como controlar las especies depredadoras. La primera y más letal, el ser humano, sumándoles así otra tarea más: la de vigilar a los llamados “furtivos de bañador” para que no roben el marisco sembrado en las playas.
“Este trabajo solo lo hace el colectivo feminizado. La limpieza no es obligatoria para otros colectivos, como el del marisqueo a flote, donde la mayoría son hombres. Y es un trabajo que es cada vez mayor por el calentamiento del agua que asfixia el marisco”, cuenta Amezaga.
La limpieza y la vigilancia son obligatorias para acceder y renovar el Permex, el permiso para poder marisquear, y aunque son tareas esenciales para que exista el marisco, paradójicamente, no están remuneradas, como explica Amezaga: “La limpieza es un trabajo más que se hace por las tardes, sin remunerar. Pero además pagan una cantidad de su bolsillo para contratar vigilancia contra los furtivos”.
No parece que sea una coincidencia que los trabajos de crianza y de cuidados que se espera que las mujeres hagan en sus casas, sean precisamente los mismos que les obliga también la Ley a hacer en el mar.
No parece tampoco una coincidencia que ambos trabajos tengan escaso reconocimiento social, sean gratuitos y estén igualmente invisibilizados, y que sean, a la vez, los que permiten y sostienen la vida, sea esta de personas o de animales.
Visibilizar las realidades cotidianas de desigualdad no es suficiente si no se analizan, se estudian y se ponen en contexto. De ahí que uno de los caballos de batalla de Mulleres Salgadas sea la creación del Observatorio de Igualdad en el sector pesquero, que llevan demandando a la Xunta de Galicia desde 2021.
La necesidad de su existencia la explica Amezaga: “No hay estadísticas desagregadas por sexo en el sector pesquero, lo que nos impide hacer un buen diagnóstico de la situación para implementar medidas correctoras. Pedimos un observatorio independiente que analice el sector en clave de género, que analice las cargas familiares, las estructuras de poder que se mantienen y que contribuya a mejorar la situación de las mujeres gallegas que trabajan en el mar”.
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